domingo, 18 de marzo de 2012

Capitulo I - El Viajero



El  VIAJERO

Habían  pasado años, un siglo para ser exacto, su alma y sus manos manchados de sangre están, aunque él intenta ocultarlo. Viaja por la vida sin rumbo, no obstante su mirada denota su horrendo destino, pero ahora busca algo más sagrado, la esencia pura del llamado ”amor” que es tan huidizo como su propio ser.
Él,  la percibe cerca como aquella  rosa que yace entre sus dedos y mientras acaricia sus pétalos, el aroma que emana de aquella delicada flor le invita a seguir buscándola…¡sin importar el tiempo!.

Las imágenes de un avión precipitándose al océano y ella saliendo despedida de aquella máquina infernal, provocaban que despertara con el rostro desencajado y gritando como si le sacaran las entrañas. Ese horrible sueño se suscitaba  no tan seguido pero no por ello dejaba de molestarla. Jennifer se frotaba la cabeza y la sacudía como queriendo olvidar aquella triste pesadilla. Este sueño era consecuencia del trauma que le produjo la pérdida de su familia en un accidente de aviación, quedando totalmente sola, siendo criada desde  entonces por una anciana tía.
Habían pasado treinta y cinco largos años. Jennifer era una mujer de estatura alta, cabellos castaños con risos, que jugueteaban alegremente creando un marco ondulante sobre su  rostro blanco y redondo.
Saltó de la cama como si tuviera resortes en los pies. Tenía muchas cosas que hacer. El reloj marcaba las diez de la mañana y como siempre era su hora preferida para levantarse; la pequeña empresa que había emprendido le iba muy bien, el ser su propia jefa tenía sus recompensas como el levantarse a esas horas. Se lavó y vistió rápidamente; elaboraría algunos presupuestos y los enviaría por email, antes de verse con Fabricio su novio a las; 3:30 pm; como habían acordado antes de que él volviese al trabajo; abrió la puerta principal  de su departamento,  bajó por el ascensor mientras  tarareaba la música de fondo  y se  perdió en la compleja calle manejando su auto.
–“¡Bendito tráfico!”–murmuraba molesta e inquieta, mientras tocaba la bocina del auto con insistencia.
Después de estacionarse caminó hacia el lugar donde Fabricio debía esperarla. Las calles del centro de la ciudad no habían cambiado por completo. La ciudad de Lima fría y húmeda le traía a la memoria muchos recuerdos; cuando de niña jugueteaba pisando los charcos que la garua dibujaba caprichosamente sobre la dura vereda, mientras sus padres la regañaban suavemente. Involuntariamente despertó de sus acaramelados recuerdos al tropezar con otra persona.
–¡Disculpe usted!–  exclamó Jennifer, avergonzada.
– No se preocupe –contestó cortésmente, el caballero.
Las miradas se cruzaron. Ella quedó sorprendida por el especial rostro que poseía aquel desconocido. Parece un ángel, pensó con ligereza.
Prosiguió su camino a la  pequeña y cálida cafetería adornada por dentro con cuadros de artistas Norteamericanos de la década de los años 50.  Sentado junto a una ventana, Fabricio la vio venir, levantó la mano y  luego señaló su reloj de muñeca e hizo un ademán de molestia, ella le sonrió como quien se disculpa de la tardanza.
–¡Hola amor!... espero que estés bien, le dijo con dulzura.
El mozo trajo dos cafés tan negros como los ojos de Fabricio. El aroma seducía su olfato bebió un sorbo y se deleitó al saborearlo, conversaron un poco de todo hasta que ella le interrumpió ansiosa.
–¿Cuéntame, cuál es la sorpresa que me querías dar?
–Pues nada más y nada menos que esto ¡tarammmmmmmm! –Canturreó extrayendo  del bolsillo interior del saco dos pasajes.
–¡Nos vamos de viaje¡– Gritó  alegremente.
El viajar con Fabricio era tan difícil por su horario de trabajo en el hospital. Ser médico no era nada fácil pero por fin se haría realidad las ansiadas vacaciones. El  rostro de Jennifer se desencajó y la seriedad absoluta como quien recibiera pésimas noticias se hizo presente.
–Sabes que  tengo mucho temor de viajar en  avión–  dijo ella.
–Jennifer, por favor, no dejes que cosas del pasado empañen nuestros planes.
–Yo puedo viajar en cualquier medio, mientras las cuatro ruedas del transporte pisen tierra– agregó, Jennifer
–¡Es un viaje a Francia por dos semanas! – exclamó, entusiasmado, el novio.
–Fabricio…por favor déjame pensarlo –suplicó tiernamente, mientras acariciaba el rostro de su amado y cambiaba de tema.


Aurus, se dirigió lentamente hacia aquel sagrado lugar.
Sus piernas temblaban con cada paso que daba, mientras sudaba frío, la visión por momentos se le nublaba, pero, nada impediría que cruzara aquel umbral, de pronto se percató que el gran portón de madera delicadamente tallado estaba siendo cerrado por un viejo portero y antes de que este terminará su labor, AuruS le dijo:

–¡Disculpe señor preciso entrar!– , exclamó desesperado.
–Lo siento joven, ya estamos cerrando. –Contestó el anciano .
–¡Sólo necesito un momento! –suplicó.       

El viejo portero se quedó meditando por unos segundos mientras pensaba. “Dios no se molestará conmigo si cierro la iglesia con unos cuantos minutos de retraso”.
Luego observó al extraño hombre y asintiendo con el rostro, le permitió pasar por unos instantes, pero no entendía porque la presencia de aquel desconocido le provocaba escalofríos. Más aún le pareció ver que sus ojos azules se tornaron de color del fuego, el viejo guardián asustado decidió alejarse y dejarlo solo.
AuruS podía percibir cómo las imágenes de los santos lo observaban incrédulos en su recorrido hacia el atrio principal… De pronto el susurro de miles de voces torturaron su cerebro, como si fuera el zumbido de una gigantesca abeja. Cayó de rodillas al llegar a su destino,  sólo atino a gritar mientras observaba la inmensa cruz  de plata que se ubicada encima de atrio:

–¿Por qué cumple lo deseos de un ser como yo?
¿No logro entenderte?...Me haz concedido la dicha de poder encontrarla.¡, ¡pero no por ello, actuaré de acuerdo a tus mandamientos!.

De inmediato un calor sofocante invadió su cuerpo, cerró los ojos, extendió sus brazos de lado a lado y empezó a levitar a una altura considerable.
Sus piernas seguían en la misma posición como si continuara arrodillado.
Sintió cómo su cuerpo era lacerado por alguien o algo, utilizando un látigo invisible de fuego sabía que tenía que pagar el precio por ingresar a un lugar prohibido para él.
Aurus sólo atinó a continuar con los ojos cerrados esperando que el dolor se disipara y que sus heridas dejaran de sangrar, un viento fuerte irrumpió en aquel lugar. Luego se arremolinó ante él tornándose de un color gris, donde emergieron dos enormes brazos que sujetaron a AuruS desde su pecho y trataron de sacarlo a la fuerza de aquella iglesia. El cuerpo de él parecía estar anclado en el aire; los susurros aumentaron escuchándose a las miles de voces decir:  –¡Sal de allí!, ¡vuelve AuruS!...¡Vuelve, todavía hay mucho por hacer!

En vano fueron los esfuerzos para sacarlo de aquel lugar, al cabo de unos segundos la misteriosa energía se alejó en forma de un suave viento.  AuruS descendió lentamente como si alguien lo depositara al suelo con extrema suavidad, él abrió  los ojos y una fuerte pero cálida  luz lo iluminó, llenándolo de paz, luego  escuchó una voz que decía:

“Aplaca tu ira AuruS, sólo así encontraras la paz que tu corazón tanto anhela, deja que el amor sea tu brújula y así,  te  liberarás  de tus cadenas”.

–¡Siempre le seré fiel a mi  oscuro pasado, a la oscura verdad que me envuelve! –respondió enfadado AuruS.

–¡Entonces estarás eternamente atado a tu condena!... No me culpes de tus acciones. Conozco muy bien tu alma… AuruS utiliza tu libre albedrío y libérate.

–¡Dios, contesta a mi pregunta!– ¿Por qué cumples lo deseos de un ser como yo?, sabes que al encontrarla seguiré con mi propósito…¿Qué esperas de mi? –sólo el silencio contestó.


La tibia luminosidad cesó; AuruS supo que tenía que marcharse y continuar con su destino, se dirigió al exterior pero antes de cruzar el umbral que lo alejara de aquel sacro lugar volvió a sentirse mal. La respiración le faltaba, su corazón parecía querer estallar, la piel le quemaba, entonces trató de tranquilizarse.
Siguió su  camino sin mirar atrás,  simplemente musitó un suave…¡Gracias!  
Cruzó el gran pórtico, sus ojos dejaron caer largas lágrimas llenas de felicidad y de amargura cuyo tono grisáceo se fundían con el frio pavimento. ¡su búsqueda había terminado!...¡por fin la había encontrado!. Sus fuerzas volvieron a él, el dolor corporal se desvaneció, suspiró profundamente mientras observaba y acariciaba aquella marca sobre su mano derecha. en forma de letra “D” que parecía habérsela hecho con un hierro candente, pero más allá de la apariencia, él sabia que de la pequeña marca pendía su destino.
Abotonó su abrigo negro que se aferraba a su cuerpo, como si fuera su propia piel y siguió su camino confundiéndose con la multitud de gente de aquella hermosa ciudad peruana.

Los nervios la estremecían por momentos, su cuerpo se paralizaba allí mismo frente a la escalera de abordaje, pero al mirar a su novio quien la guiaba tiernamente por la cintura sintió la fuerza que le faltaba para seguir adelante con lo planeado. El avión despego sin novedad, ella respiraba profundamente y exhalaba fuertemente mientras observaba las bellas nubes que parecían tener mil formas. En otro tiempo hubiera jugado y fantaseado con ellas pero el miedo solo le hacían desear ,con todas sus fuerzas que el avión aterrizara ¡ya!
– Cariño relájate por favor.– la calmó Fabricio.
–Más relajada no puedo estar –contestó ella, tratando de darse confianza.
– Falta media hora para llegar… todo está bien.
–Sí, pero  me regreso en barco.
–Ya veremos, replicó sonriente, Fabricio.

Los minutos pasaban largamente, cuando un fuerte sacudón hizo latir  su corazón a mil por hora, un motor del avión explotó...¡el avión se precipitaba al suelo!. Se aferró a su amado, gritando histérica: ¡te lo dije!....¡por favor no me dejes! Él la protegió con sus fuertes brazos como quien protege a una niña colocando su rostro sobre ella.
Todo estaba de cabeza en un espiral infinito; los asientos, las personas, los fuertes golpes casi le hicieron perder la conciencia; de repente el avión se partió en dos, El fuerte aire no le permitía respirar, los gritos de los pasajeros se entremezclaban con las súplicas de un niño, los rezos de un anciano cogiendo el crucifijo que colgaba de su cuello, Ella sólo se aferraba de la mano de su amado apretándolo como si diera un voto de no separarse jamás. Sin embargo ,esa unión fue interrumpida por la fuerza  de la caída haciendo volar el asiento de Fabricio. Sus miradas mutuamente aterradas y el unisonó grito de ¡nooooo! Se perdieron en la eternidad. Fabricio se volvió un pequeño punto y desapareció.
De repente otra fuerza insaciable de muerte sacudió su cuerpo como un frágil insecto, raptándola por los aires hacia el vacío mortal; cerró los ojos y  los abrió cuando sintió unas manos que cogían la suya, una voz cálida que  le decía:
–¡Todo está bien,  yo te salvaré!
“Es un hombre o  un ángel”, pensó por un instante; quiso apartar la mano pero sintió  la seguridad de que entre tanta tragedia, algo bueno sucedería; además, su rostro le parecía conocido… El esfuerzo de tratar de recordar y el saber que cada vez más rápido se dirigía a su muerte le hizo perder el conocimiento. Despertó aterrada en su cama; su corazón se sacudía ferozmente.
–¡Era un sueño!,—¡un maldito sueño!, se dijo molesta y a la vez feliz; su pulso volvió a la normalidad al ver su cuarto el reloj que marcaba las diez de la noche. Se levantaba para abrir las cortinas, cuando vio que no estaba en pijamas; era la ropa que usó para el viaje: tenía la blusa manchada con el refresco que Fabricio bebió en el avión. Su respiración se entrecortó, mientras escuchaba a sus espaldas una cálida voz.:– “¡Efectivamente, no es un sueño!”
Corrió a refugiarse y luego retrocedió lentamente topando sus manos temblorosas con la pared.
–¡No me haga daño! ¿Quién es usted?
–Cálmate, el avión se destruyó pero estás a salvo. Es lo más importante.
–¡Quien es usted!–  gritó rabiosa, Jennifer–,¿cómo entró aquí?
– Soy quien te salvó de esa cruel muerte; es difícil de explicar y sé que sonará increíble.
“Mi misión es salvar vidas por toda la eternidad llevándolas  a un lugar seguro, fuera de este tiempo y espacio; como comprenderás… ¡no te puedes quedar!, ya que para este tiempo tú estás muerta. Si te quedas nunca podrías explicar cómo llegaste aquí, lo peor  es que en pocos minutos tu mente colapsaría sumiéndote en la locura”.
–¿Y por qué a mí?...,¡debo seguir soñando! –gritó desesperada, Jennifer.
–¡Tu no eres la única!, vengo salvando  la vida de muchas personas a través de mi existencia– replicó el extraño.– Te reitero que  no es un sueño; te libré de la muerte, a cambio  te pido que me acompañes a tu nuevo hogar, pero tiene que ser por tu propia voluntad.
Él encendió la televisión, ella observó  las imágenes del avión siniestrado ocupando las noticias de la mañana.
–“ ¡Ningún sobreviviente!” – decía el presentado.
Jennifer  lloró desconsolada nombrando a Fabricio(el amor de  su vida había sucumbido  en el accidente y con él se fue la ansiada ilusión de formar una bella familia).
–No llores, le dijo acercándose aquel hombre, mientras realizaba  el esfuerzo de levantarla. Tu novio  está a salvo. Ella, sin embargo, le demandó a que le, dijera dónde lo tenía.
–Le salvé la vida… él está en el espacio y tiempo que le corresponde, inmediatamente ante ella se proyectó una fantasmagórica  escena en medio de su cuarto en la que Fabricio sentado en un extraño lugar,  sosteniendo una taza de café, mientras su mirada se perdía en la caliente bebida dijo: –“ ¡Jennifer, te estoy esperando!”…,” ¡ven a mi amor!”
El ” ser”, tan hermoso como un ángel, la miró a los ojos estremeciéndose de emoción, por fin la había hallado entre tanta gente; Jennifer desde ese momento se convertía  en un ser muy especial y junto a ella continuaría cumpliendo su eterna misión.
Por momentos quería decirle que era la única que había logrado brotar un sentimiento de pureza en su alma, deseaba protegerla con desesperación, un suspiro  brotó sólo de sus labios y  dijo:
–¡Mi nombre es AuruS!...¡no te preocupes yo te conduciré con tu amado!– estiró entonces su mano invitándola a tomarla, Jennifer lo reconoció. Era aquel tipo con el cual se había tropezado en la calle algunos días atrás y que le llamo tanto la atención, el mismo que en el momento del accidente se le apareció.
–¿Sabias  que  este accidente ocurriría?
–¡Si lo sabia!–  contestó acongojado el desconocido, pero no puedo intervenir, hasta que ocurra el accidente… ¡lo siento mucho!
Bajó la mirada Jennifer por unos segundo, mientras  se preguntaba– “¿Qué puedo hacer?”… “¿debo confiar en aquel desconocido?”…“¡No tengo a nadie en este mundo!”.., ¡ni nada que perder!. Ella tenía que estar con el amor de su vida en  cualquier tiempo en cualquier lugar. Las palabras de Fabricio retumbaban en su cabeza:
–“¡Te estoy esperando!”… “¡ven a mi amor!”…, El dolor de  perderlo la despedazaba. Sus ojos cubiertos de lágrimas casi la enceguecían. Estaba al borde de la locura. Jennifer secó sus lagrimas, trató de calmarse; tenía que tomar una decisión; pasó la mano por su cabellera con los dedos entre abiertos como para peinarse, se acomodó la blusa, alisó su falda;  se reencontraría con su ser amado. Era lógico que se arreglara un poco. Nerviosamente, con una dulce sonrisa y un suave…” ¡acepto! “cerró el trato con aquel personaje enigmático; con la esperanza del recuentro con su amado, cruzó el umbral junto con el misterioso pero bello ser y desaparecieron por completo. Una voz se escuchó en una esquina oscura del cuarto:
–“¡Ay Jennifer!” “¡Si supieras que fallecí en este accidente!” – “Si por un instante…sólo por un instante hubieras visto la verdadera silueta que se dibujaba en la pared, de aquel  hombre”, continuaba  lamentándose la figura fantasmagórica de  Fabricio.

Aquel “viajero” era un ser horrendo, un ente infrahumano que había sabido camuflar su aspecto, dejando por el momento su voraz deseo de devorar la carne humana, aquel ser había tomado cortésmente  la mano de Jennifer para conducirla astutamente a algún lugar desconocido.

El  alma pálida y desolada  de Fabricio se desplazaba de un cuarto a otro buscando “el portal “que lo condujera ante ella,  mientras sacudía su rostro desesperado, gimiendo el nombre de su prometida; continuó así hasta que llegó el alba , los primeros rayos de sol entraron por la ventana  acariciando las cortinas, augurando alegremente el término del triste invierno.
Fabricio sabía que tenía que partir;  lloraba por dentro en un silencio sepulcral como saben llorar las almas en condena. Con el corazón desgarrado lleno de dolor, suplicó al “día” que se marchara rápidamente, fusionándose con la tibia oscuridad, prometiendo antes
de desvanecerse que al llegar la noche con su ansiada penumbra, él volvería a buscarla …¡por toda la eternidad!


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